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Es uno de los pocos países pobres que está cerca de conseguir el Objetivo del Milenio de escolarizar a todos sus niños

24.11.2010 · IPS

Desde que en enero de 2009 la admitieron en la escuela primaria pública de Kurmitol, en la capital bangladesí, Anju Aktar, de 10 años, no ha perdido un día de clases y sus calificaciones muestran que es una de las mejores estudiantes. Cada vez más familias pobres de Bangladesh presionan para que sus hijos accedan a la educación gratuita, una novedad que ven como única vía para un futuro sin miseria.

Como Aktar, Mohammad Pappu dice que quiere completar sus estudios para escapar de una vida de pobreza. Su madre trabaja 15 horas diarias como empleada doméstica para poder mantener a sus tres hijos. “Tenemos una enorme presión de los estudiantes que buscan ser admitidos en nuestra escuela”, dijo la maestra adjunta Firoza Khanam, una de las 15 personas que integran el plantel docente. “Alrededor de 90 por ciento de nuestros estudiantes proceden de familias pobres que ahora se dan cuenta de que la educación gratuita para sus hijos puede acarrear beneficios a largo plazo”, agregó.

Los pobres, que constituyen alrededor de 45 por ciento de los 164 millones de habitantes del país, son los principales beneficiarios de los esfuerzos educativos. Además, las niñas han superado a los varones en materia de inscripciones, asistencia y finalización de la educación primaria.

Con alrededor de 94 por ciento de inscripciones netas, Bangladesh es uno de los pocos países menos adelantados que están cerca de cumplir el Objetivo de Desarrollo de la ONU para el Milenio que se propone lograr que 100 por ciento de sus niños cursen la educación primaria para 2015. “Lograr algunos otros objetivos, como llevar a cero la cantidad de deserciones en todas las escuelas para 2011, eliminar el analfabetismo para 2021, educación informática gratuita y obligatoria en todas las escuelas primarias, ayudan a lograr una alta retención de estudiantes”, dijo Abdul Awal Mazumder, secretario del Ministerio de Educación Primaria y Masiva.

Esta cartera se creó en 1992 como parte de los esfuerzos del país por lograr los objetivos de desarrollo. Actualmente el gobierno gasta entre 60 y 70 dólares al año para educar a cada uno de los 18 millones de estudiantes de entre seis y 10 años. Desde mayo de 2004, el gobierno ha gastado unos 1.800 millones de dólares para reformar 82.868 escuelas primarias, recapacitando al personal docente y centrándose en mejorar la calidad educativa.

Según la última evaluación anual de desempeño, difundida en 2009, las inscripciones netas aumentaron a 93 por ciento en 2008, más estudiantes (97 por ciento) pasaron al sexto grado, y el ausentismo bajó a 19 por ciento. La proporción promedial maestros-alumnos también mejoró: hay 46 estudiantes por profesor. Además, ahora los estudiantes pasan cerca de 750 horas anuales con sus maestros. A fines de los años 80 ese tiempo era inferior a 400 horas.

Los expertos atribuyen el éxito al Programa de Desarrollo de la Educación Primaria, iniciado en 2000. Bangladesh está en el camino correcto para mantener el crecimiento anual, implementando beneficios como estipendios para las niñas, el ahora extinto programa Alimentos por Educación, recompensas por buenos resultados y distribución gratuita de libros de texto revisados para aumentar las inscripciones.

Pero varios expertos sostienen que todavía falta abordar algunos inconvenientes. Mientras 42,7 millones de dólares del presupuesto anual del Estado se destina a la educación primaria, el presupuesto total de la educación es de apenas dos por ciento del producto interno bruto, el menor guarismo asignado en Asia austral.

“La realidad en el terreno es que los niños pobres son quienes buscan educarse en las escuelas públicas, no los ricos”, dijo Bimol Saha, maestra de primaria en el distrito de Manikganj, unos 60 kilómetros al sur de Dhaka. “Para reducir la proporción de deserciones tenemos que volver las clases más atractivas y amigables. Por ejemplo, los estudiantes generalmente prefieren maestras mujeres, que son más amigables y tolerantes”, explicó.

Según Tapon Kumar Das, director de programa de la Campaña para la Educación Popular, una coalición de unas 1.000 organizaciones no gubernamentales, “pese a logros destacables en la admisión de estudiantes y a ostentar los mejores registros de igualdad de género en el subcontinente, las deserciones e inscripciones de niños pobres todavía plantean problemas”. La proporción de las “deserciones escolares en muchas áreas es de incluso 40 por ciento”, mientras que el gobierno declara 11 por ciento, y “los niños de familias indígenas también presentan una baja proporción de inscripciones”, agregó.

Las organizaciones no gubernamentales juegan un rol importante en el abordaje de estos asuntos, complementando los programas públicos de educación primaria. La cantidad de escuelas que administran las entidades de la sociedad civil se cuadruplicó desde comienzos de los años 90, y ahora constituye 8,5 por ciento de todo el sistema educativo en Bangladesh. Muchos consideran que estas escuelas son más efectivas que las públicas, dado que ofrecen horarios flexibles, mejor infraestructura y libros de texto, así como controles y evaluaciones de cada uno de los estudiantes.

Por ejemplo, las escuelas del Comité para el Progreso Rural de Bangladesh tienen la particularidad de que los miembros de la comunidad local deciden e implementan todos los programas académicos en consulta con padres y demás actores. Esas escuelas tienen 1,2 millones de alumnos, que representan 76 por ciento de todos los estudiantes de centros de educación primaria operados por organizaciones no gubernamentales.

“No nos centramos únicamente en la educación primaria”, dijo a IPS el director del programa educativo del Comité, Safiqul Islam. Esa organización opera centros pre-escolares cuyos alumnos luego pasen a las escuelas primarias públicas y, más tarde, a las secundarias, “a fin de mejorar la calidad de la educación”, explicó.

 

 

http://periodismohumano.com/sociedad/educacion/bangladesh-progresa-adecuadamente-en-educacion.html

 

Los niños de la calle

Más de mil millones de personas viven en el mundo con menos de un dólar diario y más de dos mil, con menos de dos. La mitad de ellos son niños. 1.100 millones no tienen acceso a agua corriente y 2.600 millones no conocen las condiciones sanitarias mínimas. La globalización ha aumentado las desigualdades, creando grandes focos de pobreza. EL PAÍS ha viajado a algunos de los cientos de agujeros negros del planeta, en distintos puntos cardinales: Bangladesh, Gaza, Haití y República Centroafricana. Cuatro historias humanas de miseria que se publicarán durante agosto

  • Textos: JAVIER AYUSO
  • Fotos: BERNARDO PÉREZ
BANGLADESH: LOS NIÑOS DE LA CALLE
Echados sobre el suelo, como despojos humanos, duermen cientos de personas en los andenes de la estación de tren de Chittagong, la segunda mayor ciudad de Bangladesh. La mayoría son niños de menos de 14 años. Son los niños de la calle, que forman un ejército de más de 700.000 almas, cuya vida vale bien poco. Deambulan durante el día por cualquiera de las ciudades superpobladas del país bengalí, el de mayor densidad de población del mundo, buscando algo que llevarse a la boca, y descansan a la intemperie, en cualquier rincón, sin importarles los peligros que les rodean. Cada día es una nueva aventura para unas vidas sin pasado ni futuro: solo importa el presente.

Son las doce de la noche y todavía hace calor, más de 30 grados, pero hoy no va a llover. Se ven estrellas en el cielo, a pesar del humo de los camiones que aguardan, con el motor encendido, a menos de cien metros de la estación, en el mercado de frutas, listos para descargar sus mercancías. Hace ya una hora que la policía ha dejado de patrullar por los andenes de la vieja estación victoriana de Chittagong y los niños no han perdido el tiempo. Hay cientos de ellos repartidos por los dos kilómetros de andenes en penumbra. Si te descuidas, los puedes pisar.

La gente se amontona en torno al fotógrafo. Tienen tiempo… es lo único que tienen. Los niños no se despiertan a pesar del ruido de los curiosos, el repiqueteo del clic de la máquina de fotos o las velas que hay que encender para tener más claridad. Están en un estado de semiinconsciencia, después de un día más de malvivir en la calle.

Una madre duerme con tres hijos, uno de ellos un bebé de pocos meses, al que abraza de forma protectora. Los otros dos chiquillos, de entre 5 y 8 años, no sueltan ni en sueños los sacos de tela blanca en los que llevan sus únicas pertenencias; botellas de plástico vacías, algún bidón de agua, chatarra y algo de arroz o fruta a medio pudrir que hayan recogido de la calle. La madre abre un ojo, alterada por el paso del grupo, comprueba que su camada está allí, y lo vuelve a cerrar atrayendo para sí a su bebé.

Los niños de la calle

A pocos metros, dos niños de entre 10 y 12 o 13 años sueñan entrelazados. Uno boca arriba, con la pierna izquierda tocando al otro, que a su vez pone la mano sobre el cuerpo del primero. Es un contacto mutuo, que seguro les hace estar en compañía en medio de la noche. Respiran profundamente, despreocupados por el entorno hostil que les rodea. No se pueden permitir el miedo. Tienen que descansar para afrontar el día siguiente. En cuanto amanezca, tendrán que abandonar la estación y buscarse la vida en las calles.

Sobre un murete y bajo las escaleras, una niña que no debe de llegar a los 8 años duerme boca arriba, con las manos sobre el pecho, como una bella durmiente a quien ningún príncipe vendrá a besar. Da miedo verla allí sola, indefensa, en medio de las sombras de la noche de una estación. Probablemente haya llegado a Chittagong ese mismo día, en alguno de los trenes atestados de gente, huyendo de algo o de alguien, y se haya tumbado agotada sin saber el riesgo de corre. Miles de niñas son secuestradas cada año en Bangladesh y vendidas para la prostitución.

SACARLOS DE LA CALLE

Unicef, Ayuda en Acción, Save the Children y otras ONG trabajan desde hace años para intentar solucionar un problema creciente. Bangladesh es uno de países más pobres del mundo, con el 41% de sus 140 millones de habitantes viviendo con menos de un dólar diario. El 84% malvive con menos de dos dólares al día.

Niños y niñas son las principales víctimas. Casi la mitad de la población es menor de edad y las cifras de desgracias son escalofriantes. Un total de120.000 bebés de menos de un mes mueren al año en el país (14 cada hora), la mitad de ellos en las primeras 24 horas de vida. La mortandad infantil es del 52 por mil, cifra que llega al 65 por mil en menores de 5 años. Oficialmente, hay 7,5 millones de niños de entre 5 y 15 años que trabajan, aunque la cifra real supera el doble, por la economía sumergida. Estos niños aportan entre el 20 y el 30% de la renta de sus familias.

Los niños de la calle

Viendo estas cifras, antes de viajar a Bangladesh, escandaliza el número de niños y niñas que tienen que trabajar desde muy pequeños para mantener a sus familias. Pero al callejear por Dhaka (la capital), Chittagong, Khulna, Sirajganj, Faridpur o cualquier otra ciudad bengalí se da uno cuenta de que los que trabajan y viven en casa son unos privilegiados, comparados con los más 700.000 niños de la calle. Una cifra que, según Unicef, llegará a 1,2 millones en 2014 y 1,6 en 2024.

Subuj tiene 12 años y lleva seis meses en la calle, aunque desde hace tres duerme en uno de los refugios abiertos por Unicef en Chittagong, la segunda ciudad de Bangladesh, con más de seis millones de habitantes. Es de un pueblo del noreste del país, a más de 200 kilómetros de donde ahora vive. Su padre murió cuando él era muy pequeño, y su madre y sus tres hermanas, mayores que él, trabajan como sirvientas en casas. Él llego a la ciudad, acompañado de su madre, recién cumplidos los 12 años. Venía a buscar trabajo, pero se perdió en la calle, o fue abandonado, quién sabe.

«De repente, me encontré solo en la calle», explica el niño, que ha tenido que madurar de repente, «y no sabía qué hacer». Se juntó con otros niños de la calle y durmió durante algunas semanas en la estación. «Era muy peligroso. Primero tenías que evitar a los policías, que nos perseguían con palos. Una vez me dieron una buena paliza. Luego te tumbabas a dormir en el suelo con miedo a lo que pudiera pasar. Los primeros días lloraba mucho y dormía poco, pero luego me fui acostumbrando».Los niños de la calle

Chittagong es una ciudad llena de emigrantes de otros Estados. Está en el sureste y tiene el mayor puerto del país, además de mucha actividad comercial. Por eso viajan allí miles de personas cada año en busca de trabajo, y por eso Unicef tiene allí su mayor proyecto de protección de niños.

En las calles de Bangladesh viven 700.000 niños. Cada hora mueren 14 bebés en este país

Una mañana, Subuj se enteró de que muchos de los niños que dormían con él en la estación de trenes iban por la mañana a una especie de escuela al aire libre en el aparcamiento de la estación, y se fue con ellos. Allí entró en contacto con los educadores sociales de la ONG local Aparajeyo, que colabora con Unicef, y a los pocos días estaba durmiendo en uno de los cinco refugios que tienen en la ciudad. «Aquí me siento seguro. Durante el día voy al mercado a trabajar descargando o empujando carros, y puedo ganar hasta 80 takas (un euro). Pero ya no tengo que dormir en la calle».

«¿Qué quieres ser de mayor?».

La respuesta es rápida: «Quiero aprender cosas, y me gustaría ser electricista».

En el refugio duermen 60 niños cada noche, y acuden a comer más del doble. Tienen duchas, tres comidas al día y, sobre todo, compañía y seguridad. Allí se refugian niños de entre 6 y 18 años, y aunque la convivencia no es fácil, es más llevadero que dormir a la intemperie.

Rifat tiene 9 años, viste solo unos pantalones y lleva la cabeza pelada al cero. «Tenía piojos», explica con descaro. Es de un pueblo del norte, a 400 kilómetros de Chittagong, y se fue de su casa hace tres años, con apenas seis, con un primo suyo de 10.

«¿Por qué te fuiste?»

«Mi madre se murió y mi padre se volvió a casar. Mi madrastra no nos quería ni a mi, ni a mis cuatro hermanos mayores». Así que se fue a Dhaka y vivió en la calle, con su primo, durante casi tres años. Cerca de 200.000 niños viven en las calles de Dhaka, la capital de Bangladesh, con una población superior a los 16 millones de habitantes.

«Dormíamos unas veces en la estación de tren y otras en los embarcaderos, junto al río, pero un día mi primo se fue y me dejó sólo. No sabía qué hacer, me monté en un tren y llegué aquí. En esta estación se está mejor que en la de Dhaka, porque hay menos gente mala». Lleva dos meses en el refugio y dice que está muy contento. «Tengo amigos, juego, como y duermo sin lluvia». Durante el día, recoge botellas vacías de plástico y las vende en el mercado; saca entre 20 y 40 takas al día (entre 25 y 50 céntimos de euro).

Los niños de la calleSon las ocho de la tarde, la hora de la televisión. Rifat quiere irse a ver los dibujos animados, pero atiende a la última pregunta. «¿Qué quieres ser de mayor?».

Se queda callado, triste y confundido, como si nunca hubiera pensado en un futuro, que realmente no existe. Al final, después de pensarlo mucho dice mirando a Habib, el director del centro que hace de traductor, que le gustaría trabajar en una tienda de coches. Y se va corriendo a ver la televisión, con sus 60 compañeros de refugio. Niños que se han hecho mayores en la calle, pero que vuelven a su infancia frente a los dibujos animados que los hipnotizan a todos, sentados en el suelo, descalzos y disfrutando de unos momentos de felicidad.

En una esquina está Alauddim, 12 años, una camiseta sin mangas azul y un pendiente de plata en la oreja derecha. Tiene mirada de pillo y se ve que se gana bien la vida en la calle. Lleva tres meses durmiendo en el refugio, después de otros tres en la estación. Es huérfano, y vivía con un tío materno, pero al cumplir los doce años le echaron de su casa, a unos de 100 kilómetros de Chittagong, y se vino con otro niño a las calles de esta ciudad, en donde recoge trozos de metal del suelo y los vende en una chatarrería.

«Ya tengo mucho dinero ahorrado», dice con una enorme sonrisa, «casi 300 takas (menos de cuatro euros). Me gasto muy poco de lo que saco en la calle, y estoy ahorrando para poner una tienda de muchas cosas. Aquí me guardan el dinero, porque una vez me lo robaron en la calle unos niños más mayores». Cada niño tiene su propia cartilla en el refugio en la que van guardando sus ahorros.

El que no tiene nada ahorrado es Shahim, el más pequeño de los niños de la casa. No sabe decir cuántos años tiene; levanta los hombros y sonríe. No tiene más de 6. Vino a Chittagong hace dos o tres meses con su madre, dos hermanas y un hermano. Su madre abandonó a los dos niños en la calle, cuando encontró trabajo en una casa y colocó a sus hijas en otras casas. A Shahim lo encontró durmiendo en la calle un trabajador social y lo trajo al refugio hace unas semanas. Estuvo muy triste los primeros días, sin salir de la casa, pero luego aprendió a vivir en la calle.

«¿Qué haces en la calle?».

«Nada. Me monto en un autobús que va a la universidad y allí estoy con los niños mayores, que me dan algo de su comida. También cojo cosas del suelo y las cambio por otras, o pido dinero para comprarme comida. Luego cojo el autobús otra vez y vengo a ver la tele y a cenar».

«¿Has vuelto a ver a tu madre?».

«No», dice reprimiendo las lágrimas, «pero la van a encontrar y luego me iré con ella. Un día vi a mi hermano y me dijo que íbamos a encontrarla. Pero él no quiso venir a dormir conmigo. No le he vuelto a ver». Estará entre los 70.000 niños que duermen en las calles de Chittagong.

Los niños de la calleEl último en llegar al refugio, hace cinco días, es Rasel, 12 años y mirada triste. Viste solamente un pantalón corto de color rojo, y se le pueden contar las costillas. Se ve que ha pasado hambre. «Me fui de casa hace dos semanas», dice. «Mi madre se fue con otro hombre y mi padre se volvió a casar con otra mujer que tenía cinco hijos. No me querían, y mi madrastra me gritaba y me pegaba, así que me fui a la estación y cogí un tren a Chittagong, porque había oído que aquí hay muchos mercados donde trabajar».

Se toca una pequeña cicatriz reciente bajo el ojo izquierdo y dice que no recuerda cómo se la hizo. «Aquí estoy muy bien», explica con una sonrisa forzada, «mejor que en casa, porque nadie me pega. Todavía no tengo amigos, pero trabajo en el mercado empujando carros y ayer me dieron 40 takas (50 céntimos de euro). Quiero trabajar en un restaurante».

Es la hora de la cena. La cocinera, Aída, apaga la televisión y se sienta en el suelo, a un lado de la larga habitación, sobre una estera en la que hay una gran olla con arroz blanco, otras dos fuentes con pollo y verduras y otra olla con caldo. Los 60 niños se sientan en el suelo haciendo un enorme corro y los más mayores acuden a recoger las escudillas con la comida que va sirviendo Aida. No empiezan a comer hasta que todos tienen su escudilla y entonces se apaga el murmullo y las risas y se hace el silencio mientras todos comen con las manos hasta dejar los platos vacíos.

En el mercado de frutas, niños de 12 a 15 años empujan carros cargados hasta los topes, hasta el límite de sus fuerzas

Media hora después devuelven las escudillas vacías y se preparan para dormir. Extienden esterillas por el suelo y se tumban amontonados. Los más mayores ocupan los mejores sitios y los pequeños buscan cobijo junto a ellos. Cuando se apaga la luz, poco a poco, la habitación va quedando en silencio.

Los niños de la calleEL MERCADO DE LOS NIÑOS

Por la mañana, el mercado de frutas que linda con la estación de trenes es un auténtico hormiguero. En Bangladesh las calles están siempre abarrotadas. Los carros de madera llenos de enormes cestas de mangos, piñas o verduras apenas pueden circular entre los puestos, en medio de un enorme atasco que hace que el trabajo sea más penoso todavía. Delante de cada uno, un hombre encorvado hace las veces de animal de carga, tirando del carro. Y detrás, uno o dos niños de entre 12 y 15 años empujan hasta llegar al límite de sus fuerzas. Hay cientos de ellos luchando por conseguir el trabajo.

Allí están Shaju, Rasel y Subuj, que saludan con una sonrisa sin dejar de empujar, con enorme esfuerzo para un adulto, los carros que avanzan penosamente entre los puestos. Son sólo niños, pero tienen trabajar como hombres.

Cruzar la calle principal de Chittagong, repleta de camiones, autobuses, coches, tuc tucs y ricshaws, es una auténtica aventura. Al otro lado está el mercado de Riazuddin, más grande que el de frutas y también abarrotado, lleno de puestos de ropa, libros, cacharros y chamarilería. En la zona más oscura se amontonan decenas de niños con sus sacos blancos llenos de plásticos, cartones o chatarra, en busca de comprador. Alaudim, más avispado que nadie, ha conseguido vaciar su saco lleno de chatarra y se lleva al bolsillo un billete manoseado de diez takas, antes de volver a la calle a buscar más tesoros. Le quedan diez horas para intentar conseguir 70 u 80 más para aumentar sus ahorros y conseguir, algún día, abrir el puesto con el que sueña.

En el segundo piso de una especie de centro comercial repleto de puestos de comida sucios, que allí llaman restaurantes, está otro centro de la ONG Aparajevo. Lo llaman drop in center, porque los niños de la calle se dejan caer por allí a la hora de comer, o a cualquier hora del día, para descansar, jugar o lavarse. Se abrió en 2001 y han pasado por allí más de 1.000 niños.

Los niños de la calleMientras esperan la comida, varias decenas de niños juegan en el suelo, de cuatro en cuatro a caremboard, una mezcla de juego de mesa y billar americano. Tienen que meter las fichas, tirando con los dedos, como si fueran chapas, en cuatro agujeros en las cuatro esquinas del tablero. Shakil, 9 años, es el campeón. No falla casi nunca, y se ríe cada vez que lo consigue. Es como volver a la vida que le corresponde a un niño entre un día de jornada laboral de hombre y una noche de sueño a la intemperie.

LAS NIÑAS TIENEN DOBLE RIESGO

En la parte norte de la ciudad, Unicef tiene uno de sus tres centros para niñas. El 30% de los pequeños que viven en las calles de las ciudades de Bangladesh son niñas y tienen el riesgo añadido del secuestro para ser vendidas para la prostitución. En el refugio de Khaza Road hay 90 chiquillas, de las que 50 están internas y el resto vuelven a dormir a sus casas. Allí reciben educación, alimento y cariño. Han preparado una función, con cantos y bailes, para recibir a los visitantes.

La jornada transcurre con alegría, pero en una esquina de la sala llama la atención una niña muy menuda de ojos tristes, con el pelo corto y vestida con una camiseta larga, que no presta atención a la fiesta. Cuando todo ha pasado, la directora del centro, Nasima, cuenta la historia de Tanznia, que no se suelta de su mano en ningún momento. «Tiene 8 años y lleva 45 días aquí», dice. «Un vecino la encontró durmiendo en la calle y la trajo al refugio».

En todo este tiempo no han conseguido saber su historia y la conversación con ella tampoco aporta mucho. Contesta con una vocecita triste a las preguntas, sin dejar de mirar a la directora, a la que ahora abraza cada vez más fuerte. Dice que quiere volver con sus padres, pero que no sabe donde viven, y que tiene un hermano con el que estaba por la calle cuando se perdió.

El psicólogo del centro piensa que la niña sufrió un shock y que quiere olvidarlo todo, pero que cuando llegó la hicieron un reconocimiento y no había signos de violencia. Algo debió de ver que la ha dejado así.

La formación es una parte importante del proyecto para sacar a los niños y las niñas de la calle. Se les enseña un oficio para que puedan trabajar cuanto antes. Cerca del centro de niñas, en un enorme almacén de carpintería, trabajan cinco niños, de 15 y 16 años, que duermen en el refugio de Purba Naslrabad. Llevan ya dos meses y pronto podrán buscarse un cuarto donde vivir.

Sumon tiene 16 años y parece el más espabilado de ellos. Se emplea a fondo lijando una puerta de madera en el centro del almacén en donde trabajan cien personas. Trabaja 12 horas al día, pero se siente un afortunado por haberlo conseguido después de un año de formación y, sobre todo, porque gana 3.000 takas al mes (casi 40 euros). Como otros muchos niños de la calle, se fue de su casa cuando murió su madre y su padre dejó de prestarle atención. Tenía 13 años y vivió uno entero en la calle, hasta que encontró el refugio.

Los niños de la calleMuy cerca de la carpintería, en el primer piso de una casa muy pequeña, trabaja otra de las niñas sacadas de la calle. Se llama Chappa, tiene 15 años y es costurera. Está fabricando una blusa en una vieja máquina de coser y parece feliz, aunque su historia no lo sea. Con 13 años, su madre la trajo a la ciudad y la dejó en una casa como sirvienta. «La señora de la casa me trataba muy mal», explica, «no me pagaba, me daba muy poco de comer y a veces me pegaba. Al mes de estar allí me fui de la casa y volví a donde vivía mi madre, pero se había ido con otro hombre a otra ciudad. Me quedé muy triste e iba andando por la calle llorando, cuando una mujer se me acercó y me dijo que si quería trabajar en su casa. Yo le dije que sí y cuando nos íbamos llegó la policía y nos llevó a la cárcel».

La mujer resultó ser una tratante de chicas, a las que recogía de la calle y vendía para la prostitución. Chappa se salvó de milagro y acabó en el refugio de la calle Khaza, donde aprendió un oficio que le ha permitido empezar una nueva vida.

http://www.elpais.com/especial/los-agujeros-negros-del-planeta/bangladesh.html

Os paso noticia:
[NOTA: el Batallón de Acción Rápida – RAB –  son de lo peorcito que hay. A saber qué le habrán hecho al señor…]

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/autoridades/Bangladesh/bloquean/acceso/Facebook/elpepusoc/20100530elpepusoc_2/Tes

http://www.thedailystar.net/newDesign/news-details.php?nid=140613

http://www.bbc.co.uk/mundo/internacional/2010/05/100529_bangladesh_facebook_aw.shtml

Más allá de la anécdota de que no pueda mirar mi perfil y más allá del debate de si las redes sociales son una vía para la «perversión» o la falta de privacidad o a saber, pensemos lo que implica para la población de aquí.

Cierto es que ni un millón de personas tienen acceso a internet pero esto muestra que, un Gobierno que es capaz de negar de manera tan tajante (y absurda pues la gente no tiene internet!) la libertad de expresión (política, y casi religiosa), qué otros derechos es capaz de violar o ignorar? Se puede decir que casi todos…. Qué manera de manipular a la población…en fin.

beso
Carmen

PD1: también me sorprende que El País ponga la noticia en «Sociedad»…en fin
PD2: Resalto el comentario  a la noticia en el Daily Star (periódico más importante de BD en inglés)de un lector (me parto):
«Congratulations! Bangladesh moves towards digital revolution! Next time government have a headache, they better chop the head off! «

Ella

Publicado: marzo 3, 2010 en Bangladesh

Buenas a todos!

El caso es que no escribo para contaros cosas de mí ni nada…sino para que veais la foto que os adjunto.Posiblemente no os diga nada así, pero dejadme que os explique.

Todas las mañanas, casi llegando al trabajo, después de pasar por el bazar de Dakkhinkhan (zona algo pobre), paso por delante de una escuela, donde las niñas van con su uniforme que se trata  del salwar kameez (el conjunto típico de aquí de pantalón ancho, camisola y pañuelo)  blanco y azul. Los niños, llevan su pantalón corto azul marino y una camisa blanca que parece de capitán de navío.

Mi coche siempre tiene que ir pitando para que todos los chavales que van de camino al cole se aparten. Bueno, eso lo hacía al principio hasta que le pedí al conductor, que por caridad, dejara de pitar a los niños. Que ya desde tan pequeños no quería yo contribuir a que perdieran audición. Aunque la verdad es que están acostumbrados a tanto tráfico y caos. Muchos de ellos cuando me ven pasar gritan: “¡Foreigner!” y se  ríen. Al principio pensaba: “Pequeños cabroncetes xenófobos” pues podría resultar algo discriminatorio,¿no? Pero es que son niños, que corren porque llegan tarde al colegio, que van con cara de dormidos, que se paran en la tienda de chucherías antes de entrar en el colegio, que llevan a sus hermanos pequeños de la mano para que no se pierdan, que llevan mochilas más grandes que sus espaldas, que chillan cuando están en el patio, etc., etc. Son NIÑOS y hacen cosas de NIÑOS.

Pero un día la vi a Ella. Con tanto niño entrando a la escuela no caí. Pero luego me di cuenta de qué estaba haciendo. Ella estaba mirando a través de una rendija de la verja. Podría ponerse en la puerta para ver mejor el interior de la escuela, pero no. Decide mirar a través de una pequeña hendidura de la valla el interior del colegio, lo que resulta más estremecedor todavía porque parece que no se ve digna de asomarse a la puerta. O quizá el guarda no le deja acercarse. Ella está mirando el patio donde están todos los niños jugando, o dependiendo de la hora ya están formando filas para entrar en las clases. Y Ella sigue mirando lo que hacen los NIÑOS. Ella es una NIÑA como ellos, bueno quizá no es como ellos… La diferencia es que no lleva uniforme. Ella no va al cole como el resto de niños que ve jugar. Ella no va al cole como muchos niños en Bangladesh.

 Posiblemente sus padres (si tiene a los dos) no tienen dinero para comprarle el uniforme y mucho menos para mandarla a un colegio. No estamos hablando de los colegios donde enseñan inglés y que suelen ser más caros, no, un colegio sencillo. Un colegio donde “simplemente” la enseñen a leer y escribir. Y quizá si es buena podrá llegar a estudiar matemáticas. Un cole donde poder correr con otros niños durante el recreo. 

Aquí Ella posiblemente tenga que trabajar para poder ayudar a su familia. Posiblemente trabaje recogiendo basura, o limpiando alguna casa o quizá se haga cargo de sus hermanos pequeños mientras su padre está todo el día llevando a gente en el rickshaw y su madre está picando ladrillos para el edificio que están construyendo al lado de su casa. Porque picar ladrillos, para convertirlos en cimientos de casas, es algo que sólo hacen los niños, las mujeres y los ancianos. Ella lo mismo pica ladrillos todo el día.

A Ella ya la he visto un par de veces asomada a la valla del colegio. Y hoy no he podido resistir la tentación de hacerla una foto. La foto no es buena. La foto está hecha desde mi coche. La foto no enseña a los otros niños que entran al cole ni el patio del colegio ni la tienda que hay en frente donde los niños se compran chucherías.

La foto sólo enseña a una NIÑA…O no. La foto quizá muestra algo más. Nos muestra que Ella NO está siendo NIÑA, aunque es lo que más desea en el mundo…
 
Chicos siento la historia no sé si por triste, por ñoña, por larga, porque soy la única expatriada que cuenta cosas….pero sois Gente Fina y sabeis de sobra de qué estoy hablando. Es para recordarnos de vez en cuando por qué motivo nos conocimos hace más de un año en un MAster de Cooperación.
 
UN ABRAZO A TODOS
Carmen

Saludos a mi querida GenteFina , aquí Carmen, corresponsal (como me ha hecho llamar la Artivista) desde Bangladesh.

Ya os conté alguna de mis primeras impresiones en un mail, pero considero interesante participar en el blog para darle vidilla, para intentar aportar algo de lo que pueda ver. Pero perdonadme si no soy buena comunicadora. Ya sabeis, yo soy de hacer preguntas, no de responderlas.

El caso es que, después de pasado, que no superado, el horror de los primeros días, ya llevo unos días pensando: “¿Qué sentido tiene la cooperación aquí?”. No es por la falta de necesidad por lo que lo pregunto, sino por un exceso de ella… Qué NO necesita un país:
– con una densidad de población de unos 1500 hab/km2 (España tiene 90 hab/km2 aprox.)
– con 63 millones de personas viviendo en situación de pobreza (Esto es…mucho más que toda España!!),
– con una actividad económica basada casi exclusivamente en la exportación de textil,
– con el 15% de la población padeciendo desnutrición,
– con severas inundaciones todos los años,
– con graves problemas para el abastecimiento de agua y saneamiento,
– con discriminaciones contra la mujer y minorías étnicas y religiosas arraigadas en la “cultura”,
– y mucho más. Me aburro de buscar datos concretos, aunque sólo haría falta dar un paseo por Dhaka, sin libros, ni guías, ni datos, ni analistas, ni nada para comprender perfectamente, y sin tener ni idea del país, cuál es la situación de Bangladesh.

La población, los barrios más “adinerados”, la televisión, etc., no esconden la realidad del país. No se puede. No puedes huir de ella. Te rodea. Ni siquiera en tu casa, pues cuando te asomas a la ventana lo ves, la tienes en el edificio de enfrente que está a medio-construir o a medio- derruir, quién sabe.
La pobreza está “generalizada”, es la situación de la mayoría de la población por lo que llegas a “acostumbrarte” a verla por todos lados y a todas horas y en todas sus expresiones. No causa sorpresa ver a un pobre con discapacidad porque aquí te encuentras con cientos cada día pidiendo en los semáforos; no te causa ternura un niño que viene a pedirte, porque cada vez que sales a la calle te asaltan decenas; no se te revuelven las tripas al ver que los niños se lavan la cara con agua encharcada o salida de Dios sabe dónde pues no imaginas un baño con grifo en medio de la choza de plástico donde viven; no te produce indignación ver el trato a la mujer por parte del hombre, pues es “parte de su cultura”; etc, etc…De “todo” hay mucho y por todos lados.

Como este país hay cientos, pero he ido a parar en el tercero más pobre del mundo y el más densamente poblado. Otros tendrán dictaduras militares, otros tendrán sequías, otros tendrán corrupción, etc., pero Bangladesh tiene gente, mucha gente y no toda Fina… Lo mismo la vida de su población no es tan horrible como yo me imagino, y simplemente no tienen las “comodidades” que tenemos nosotros. Pero no me creo que estén “acostumbrados a beber agua de aquí y que no les pase nada”, simplemente no sabrán que lo normal es no tener diarrea, y mucho menos no morir por ellas.

Querida GenteFina, ante todo esto,¿qué sentido tiene un proyecto concreto de cooperación?¿O 100?¿O 1000? ¿Es así cómo se saca a un país adelante? Sabemos de sobra que no. Pero entonces… ¿dónde está el futuro de Bangladesh?

Ojalá os lo pueda ir contando más adelante, a medida que lo descubra, junto con la belleza de aquí, que tiene que haberla…en algún sitio.

Un abrazo fuerte

PS: no es fácil escribir en un blog cuando cada poco tiempo se va la luz y pierdes los datos. Tenedlo en cuenta a la hora de encontrarle coherencia al discurso 😉